El espacio físico en el que se desenvuelven los jóvenes es determinante para su crecimiento y desarrollo físico y emocional. Constituye un desafío a su curiosidad innata, les permite acumular un gran número de experiencias vista desde todos los puntos de vista.
La adaptación al entorno de los más pequeños, requiere el aprendizaje de distintos patrones de movimiento, los cuales a través de un proceso de depuración van afinando sus destrezas y sus cualidades motoras. Al mismo tiempo, la gran cantidad de estímulos que recibe amplía enormemente su experiencia motriz. Todo este importante bagaje desarrolla determinadas cualidades psícosociales, como la seguridad en tomar decisiones, el juicio realista, la disposición al riesgo, la aceptación de un rol, la autoconfianza, etc.
No obstante, la limitación de los espacios físicos que impone el creciente desarrollo urbanístico, provoca perturbaciones en el desarrollo psicomotor y en el marco de las relaciones sociales. A medida que van desapareciendo los espacios es necesario encontrar y ofrecer nuevas formas de movimiento.
A causa de las limitaciones del espacio en las grandes ciudades, la educación motriz sistemática, como la que ofrece el deporte, adquiere una mayor importancia. Existen evidencias que señalan que la actividad deportiva, correctamente dosificada y supervisada, permite fomentar el desarrollo físico de los niños y ocupar creativamente el tiempo libre. A través del deporte el niño modela su conducta poco a poco. El punto de referencia son las actitudes, los valores y las normas que serán decisivas en la formación de una personalidad estable y solidaria, capaz de aspirar siempre a luchar, a no rendirse, a perseverar.
La práctica deportiva debe tener características enriquecedoras y de realización personal. Si el niño manifiesta que " entrenar es aburrido" es señal de que no está disfrutando del deporte. Se hace necesario averiguar la razón de ese hastío, que puede ser debido a la propia actividad deportiva en sí, a que no es adecuada a su personalidad, o que el entrenador no utiliza la metodología más oportuna a esa edad. En cambio si el chico disfruta, es señal de que la actividad está diseñada para él.
Cuando un joven es capaz de someterse a un entrenamiento intensivo, es generalmente para ganar reconocimiento y prestigio frente a los demás. Basándose en sus capacidades motoras y de acuerdo con la evolución de su entrenamiento, el joven vive una revaloración de sí mismo. Cuanto mayor es el deseo individual para realizar estos esfuerzos, más fácil será una identificación con el deporte y mayor su adherencia al mismo.
La imposición, la presión y la obligación solas, por parte de los padres y los entrenadores, no consiguen a medio o largo plazo ningún resultado. Si no existen argumentos convincentes, el entrenamiento genera pérdida de motivación y sólo se mantiene gracias a la voluntad de los mayores.
Los niños que practican deporte lo hacen por una serie de motivos, en la mayoría de las investigaciones consultadas las razones que manifiestan son las siguientes:
• Por la necesidad de afiliación y estar con sus amigos.
• La búsqueda de excelencia.
• Por la motivación de conseguir un objetivo.
• Por diversión.
Los intereses que les mueven a abandonar la práctica del deporte serían:
• Las relaciones conflictivas con el entrenador o simplemente una mala relación afectiva.
• La inestabilidad de su carácter y su inconstancia, propia más de la curiosidad que de un verdadero convencimiento.
• El conflicto de intereses y la presión de grupo.
• El carácter demasiado serio y exigente de los entrenamientos.
• El lugar preponderante de la competición.
• La falta de progreso y el estancamiento.
• No soportar la presión y el exceso de responsabilidad.
La indecisión y el titubeo del niño ante la práctica deportiva guarda una estrecha relación con el tipo de estructura organizativa a la que se enfrenta. El deporte para los más jóvenes adopta, en la mayoría de los casos, un modelo rígido y jerárquico de organización que rechaza de pleno sus verdaderas expectativas e intereses.
El ambiente familiar del niño: el resultado como fin
Los factores que influyen en la educación de un chico tienen hoy en día, más que nunca, un gran peso específico en el desarrollo de su personalidad y, por supuesto en su formación deportiva. Los estímulos que recibe en la familia pueden contrarrestar un gran número de influencias externa. Por eso, educar requiere un esfuerzo de formación mayor que antes: exige “profesionalización” por parte de la comunidad educativa, incluyendo de manera especial a los padres.
Por eso, los padres que involucran a sus hijos en actividades deportivas deben cultivar la afición al deporte como medio para fomentar sus relaciones sociales, como instrumento que permita afrontar situaciones tan comunes en la vida diaria como ganar y perder. Y posibilitar las bases para neutralizar los potenciales peligros con los que se enfrenta el joven durante la competición.
Se platea una clara diferencia entre los chicos que practican deporte como un elemento más de la formación y los que lo hacen como finalidad prioritaria, aunque la mayoría nunca llegue a ser profesional en sentido estricto. En este último caso, si la labor del entrenador potencia la de la familia, la formación del joven mejorará no sólo como deportista, sino también como persona.
La predisposición de un niño hacia la práctica deportiva surge a edades muy tempranas. Esta predisposición se plantea desde muy pequeños, a los 7 u 8 años, cuyo interés se centra más en el juego que en el deporte y a partir de los 8 o 9 años, los intereses se centran más en el deporte y su competición. Cuando un niño se enfunda la camiseta de su equipo por primera vez y salta al terreno de juego, ese recuerdo perdurará en su memoria el resto de su vida.
Los deportistas que destacan de manera prematura, muy pronto se ven sometidos a una presión que les viene impuesta, en primer lugar, por sus padres que ven en ellos su propio éxito. En segundo lugar, los entrenadores con el beneplácito de los padres, plantean el éxito casi siempre en términos de resultado, planteando la disyuntiva éxito o fracaso en función del resultado.
Ante este panorama, conviene evitar una serie de errores que se cometen cuando no se cumplen las expectativas previstas. En general, todo pasa por la formación adecuada de la familia como del entorno que rodea la propia actividad deportiva del joven, bien sea el entrenador, el club o la entidad organizativa.
La búsqueda del éxito a cualquier precio, la reprobación cuando se obtienen malos resultados provoca pérdida de confianza en si mismo. El pedirles siempre ser los mejores atenta contra su personalidad, dando lugar a un sentimiento de miedo al fracaso y a un complejo de inferioridad.
Es fundamental que los padres adopten una actitud positiva, esencial para el equilibrio el niño. Cuando son muy jóvenes, el deporte no debe ser planteado como una coacción, debe conservar el aspecto placentero y lúdico que aporte divertimiento, que forme su conducta y afiance una personalidad más activa.
Los padres deben manifestar un alto grado de complicidad por el deporte de sus hijos, demostrarles que ellos son parte de su proyecto deportivo. Deben mantener una postura equilibrada ante el rigor extremo y la disciplina excesiva que a veces apremia al joven deportista y su ambiente.
La familia ejerce una enorme influencia sobre la personalidad del niño y en sus reacciones en el mundo del deporte. El exceso e cuidados y de mimos limita e incapacita para sobreponerse en las derrotas. No podrá esforzarse al máximo, no se superará a sí mismo. Tenderá a abandonar y a rendirse a la primera dificultad sin hacer nada por remediarlo. Por el contrario, si el chico encuentra un ambiente exigente y consecuente con sus necesidades deportivas, con sus intereses y motivaciones, y con su nivel de aspiración y capacidad, lo más lógico es que desarrolle una personalidad más coherente y placentera y una vida con más sentido.
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