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lunes, 20 de septiembre de 2010

Los peligros de criar "entre algodones"

Los niños necesitan juegos bruscos y cierto riesgo para aprender a evaluar los peligros reales. Un rasguño o moretón sería el mejor antídoto para evitar a futuro conductas riesgosas como bullying o drogadicción.

Sonia Lira - 19/09/2010 - 09:00

Volver a la casa con un par de rasguños formó parte de la educación escolar de varias generaciones. Por rudo que suene hoy. La mayoría de los padres no se escandalizaba si veía que su hijo había sufrido algún daño menor, sin consecuencias. Hasta resultaba obvio: se supone que los niños corren, se suben a los árboles, juegan a la cuerda y a un tipo de lucha libre. Y todo eso resulta prácticamente imposible sin, al menos, pelarse alguna vez las rodillas.
Pero resulta que de un tiempo a esta parte muchos colegios y familias se han vuelto fanáticos de una cultura de la seguridad que no deja ningún margen de libertad a los niños. Por eso, primero se puso la voz de alerta en la necesidad de que ellos vuelvan a disfrutar de juegos libres y desestructurados. Sólo de esta forma se cultivaría exitosamente la imaginación y la creatividad.
Pues bien, ahora se ha dado un nuevo paso: reconocer la necesidad de que, además de libres y sin supervisión de adultos, los juegos no pierdan una razonable cuota de riesgo y brusquedad. Lo natural es que, además de desestructurados, momentos como los recreos sean bulliciosos, desordenados y, por qué no, algo rudos.
La voz de alerta vino de la institución británica Play England and British Toy and Hobby Association, según un artículo publicado por el diario The Guardian. Los especialistas repararon en cómo toda una generación de niños criados "entre algodones" están creciendo sin exponerse a ningún tipo de riesgos, lo que se haría particularmente notorio en cómo los colegios organizan el tiempo libre de los menores. De una forma aséptica y sin desafíos.
En Chile, la realidad no es muy diferente. Eso sí, la siquiatra infantil Ana Marina Briceño repara en que más que un problema puntual de colegios y escuelas (donde el periódico inglés pone el énfasis), se trata de un asunto cultural. "Los padres, en general y en distintos grados, están mucho más sobreprotectores y, claro, muchos de ellos transmiten sus ansiedades a los establecimientos educaciones que pueden ser muy estrictos o no tanto", explica la especialista de Clínica Alemana.
Pero cuál es el problema de criarse "entre algodones"?
Los asesores de Play England and British... advierten que los menores están perdiendo las oportunidades de aprender a evaluar los riesgos de la vida diaria. "Los niños deben tener chichones y rasguños para aprender qué es seguro y qué no lo es. Quienes tienen el camino despejado de cualquier tipo de elemento no seguro, crecen pensando que son invencibles (y eso sí que es peligroso). Y esto no sólo tiene efecto en accidentes que podrían tener en bicicleta o explorando un río, sino que también repercusiones en no saber evaluar en el futuro los riesgos de meterse en problemas con la drogadicción o la violencia de pandillas", explicó a The Guardian la sicóloga Amanda Gummer.

COMO CACHORROS DE LEÓN

El juego ha sido una herramienta vital en el éxito evolutivo de la especie humana, aunque también encontramos ejemplos en otros mamíferos.
En su primer tiempo de vida, los conejos juegan a las escondidas, porque cuando grandes esta actividad que implica ensayo-error los ayudará a escapar de sus predadores. Los lobeznos, en cambio, juegan a pelear y a cazar. Pues bien, los cachorros del homo sapiens también necesitan este tipo de aprendizaje, aunque -obvio- lo hacen con un grado de sofisticación mayor, porque su vida de adultos será más compleja. Pero, en lo básico, se mantiene el principio ensayo-error.
El juego natural es bullicioso, alborotado y algo brusco. Las niñas pequeñas, por ejemplo, juegan a la cuerda y aprenden hasta qué grado de piruetas pueden realizar sin dañarse. Los niños tienden a inventar distintos tipos de lucha libre donde no se agreden realmente. Lo normal es ver en ellos a dos cachorros de león volteándose entre sí.
De esta forma -explica la doctora Briceño- los niños aprenden no sólo a evaluar los riesgos reales, sino que también a medir y calibrar su propia fuerza y, sobre todo, a desarrollar habilidades sociales complejas, que con juegos solitarios o digitales les resultaría imposible de ensayar.
¿Por qué?
Porque si bien la tecnología puede ayudar a la coordinación y concentración, no sirve para aprender a compartir con otros y establecer sus propias reglas de convivencia.
Ejemplo: un grupo de cinco menores juega libremente a que uno de ellos es el súper héroe que vence a "los malos". Lo natural es que lleguen a un acuerdo para turnarse a ser el jovencito de la película, porque si sólo uno acapara este rol, éste comprenderá que el resto se aburre y dejará de participar. Esto lo evaluará como una pérdida mayor, porque el bien superior es la diversión de estar con otros compañeros, más que usar la capa de Superman. Así aprenden a respetar turnos, a esperar, a negociar, a compartir y hasta desarrollar conductas altruistas como la compasión, porque saben que en algún momento a ellos les corresponderá estar en el lugar del vencido.
Y nadie quiere a otro encima actuando con crueldad.

EL CASO DEL CHIPOTE CHILLÓN

Todas estas habilidades se conocen como empatía (ponerse en lugar del otro) y evita conductas como el bullying, cuyo incremento podría estar relacionado -explica The Guardian- con una generación de profesores que ha sido entrenada para evitar cualquier tipo de brusquedad, porque muchos padres se vuelven locos si sus hijos se rasguñan en el colegio y, en consecuencia, éstos tratan de evitar cualquier potencial demanda.
Claro que es más fácil tener a los niños ordenados durante los recreos que dejarlos jugar libremente. Esto último requiere de más energía y del buen juicio de los adultos para establecer normas básicas. En Inglaterra, por ejemplo, en un colegio se estableció como regla que los niños sólo pueden golpearse unos a otros con sus juguetes.
Por algo en nuestra infancia alguien inventó el nunca bien ponderado chipote chillón.